martes, 25 de octubre de 2011

Euforia.

Y entonces alguien te recuerda que vale la pena sonreír. Aunque sea simplemente por un segundo, un pequeño momento. Y te recuerda que aunque a veces pienses lo contrario, vale la pena vivir. Porque cuando te mira, le sonríes, te sonríe, sonreís. Y cuando te sonríe, sientes que el mundo a vuestro lado desaparece, y solo quedáis los dos, a tres centímetros de distancia. Y cuando acaricia tu mejilla con sus labios, te sientes en el paraíso. Y cuando te rodea con sus brazos, te sientes increíblemente feliz. Tanto, que te haría falta gritar mucho para soltar toda esa felicidad. Y ni aun así, porque ese momento de euforia no puede expresarse, y mucho menos liberarse. Y, abandonada en ese pequeño momento de alegría, te pierdes entre sus brazos. Y quieres más, siempre quieres más. Te gustaría desgastarle los labios de tanto besarlos, y terminar atrapada en su mirada de tanto observarla. Y querrías quitarle la camisa, y admirar toda su perfección. Y quieres más, pero tienes que conformarte con su abrazo. Pero así está bien, no pides más, simplemente disfrutas de su compañía.
Y más tarde despiertas, y todo vuelve a ser real.



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